miércoles, 6 de enero de 2010

Final Feliz

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No podía. De lo único que estaba segura era de que su cuerpo rechazaba la idea por instinto. Haría cualquier cosa para evitarlo. No importaba perder la vida o la cordura, la familia, el hogar, los sueños. No importaba.
Lo miró a los ojos y se sintió perforada por esa frialdad en la que no creía. En la que no quería creer.
Bajó la vista.
Se acurrucó sobre si misma en esa cama gigantesca y vacía. Esa que se había convertido en el centro gravitatorio del pequeño mundo que componían estando juntos. Donde reían y se abrazaban, donde veían juntos el amanecer y lloraban en silencio las cálidas lágrimas de extrañarse anticipadamente.
Lloró en ese inmenso desierto en el que ya no iba a encontrar sus besos. Miró sus pies en una súplica desesperada, mientras de pie él esperaba de nuevo el silencio.
Cuando las lágrimas ahogaron sus últimos suspiros y él dijo en un susurro que ya no volvería.
En ese instante se sintió morir, morir adrede, porque sabía que no la dejaría nunca. Porque él lo había prometido y ella le había creído. Le creía.
Siempre le creía, incluso ahora, cuando le prometió que nunca más podría verlo.
Sabía que iba a estar ahí, siempre un paso delante del suyo y uno detrás, protegiendo su tesoro. Pero no quería vivir sin sentir su piel, sin fundirse en su aroma.
No podía, cada impulso de su ser se negaba a aceptarlo. Todas las emociones quisieron poner de su parte para evitarlo, resultando en aquel paro cardíaco que logró su cometido. Murió durante 15 segundos. Suficientes para oír la promesa que le devolvió el palpitar a su corazón.
Suficiente para que al tenerla muerta en sus brazos él sintiera en su propio cuerpo la pérdida que le acaba de jurar.
Despertó en el hospital 2 días después, con los labios de él sobre los suyos y la soledad  infinita de su compañía envolviéndola como un velo.
Al final ella había ganado. Al final el lobo se enamoró de la princesa.
Al final, ella tuvo su final feliz. 

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