jueves, 14 de octubre de 2010

Actividad Nº3

c). A la vera del río, la paz se cierne sobre su llanto cansino. Los álamos plateados lloran, como él, el rocío de la mañana primaveral que termina. Los recuerdos que la noche anterior le abrumaron ahora descansan en un rincón de su mente, dando paso a la tranquilidad que por muchos años no tuvo.
Mala suerte que haya tenido que ocurrir una desgracia para apaciguar el tormento de su conciencia. Muerte súbita, dijeron los médicos.
No le pareció justo no tener un asesino a quien cazar y, aunque lo intentase, no era lo bastante estúpido como para poder convencerse a sí mismo de ser el culpable. Tenía claro, sin embargo, que había estado muriendo dentro suyo desde hacía tiempo. Poco quedaba ya de los sentimientos que le había inspirado.
Aunque le molestase, aunque no estuviese acostumbrado a ella, no le quedó otra alternativa que sentir paz. No la que él deseaba, muy lejos de ser la que ansiaba. Mucho más triste que la que soñaba como una utopía, pero paz al fin.
Lloró unas lágrimas más y volvió a sentirse absolutamente miserable. Pensó que el mundo merecía librarse de él de una vez por todas, especialmente ahora que no le quedaba razón para habitarlo. No obstante, era un poco cobarde, aunque mayormente egoísta. Él, aunque no quería vivir ahora, no quería morir tampoco.
Caminó hacia la casona de regreso para preparar el desayuno a la familia, y aunque lo creyeron caballero, en realidad tenía hambre.

30/6/10. Maiki.